En el espacio que en la actualidad ocupa el barrio de San Juan, antiguamente se
situaba la morería de Tarazona. Hay constancia de la existencia en este lugar
de una ermita cobijada en la roca y dedicada a
San Juan Bautista, santo cuyo culto se asocia tradicionalmente a las fuentes y
al agua. En este lugar confluyen una serie de escorrentías que originan un abundante caudal
canalizado en la acequia de Selcos, con la que se riega una parte destacada de la huerta
de Tarazona.
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Pateando Tarazona |
El entorno de la ermita de San
Juan está cargado de encanto y misterio, por lo que no escasean las leyendas y
relatos que enriquecen nuestro patrimonio inmaterial, como por ejemplo LA
LAVANDERA DE SAN JUAN, un relato que nos regaló Gregorio Hueso San Juan, amigo
y enamorado de Tarazona.
“Cuentan que en los años primeros
del siglo XX ocurrió esta historia o cuento. Y que con el devenir de los años
pasó de ser una leyenda. Todavía hay gente mayor que recuerda ésta pequeña
historia. Al lavadero de San Juan acudía a diario Lucía a lavar la ropa. –En
las casas altas de los barrios de San Miguel y el Cinto no disponían de agua
corriente y eran muchas las gentes que bajaban al lavadero de San Juan a lavar
la ropa-. Lucía era una jovencita de unos quince años, preciosa, con unos
cabellos dorados como el trigo. Era alegre, simpática, dicharachera, cariñosa
con todo e mundo, llena de ilusiones y sueños, propios de su edad y juventud.
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Fernando Latorre |
Todas y cada una de éstas virtudes
se veían empañadas por la necesidad imperiosa de tener que lavar para otras gentes que lo
necesitaban y cuyo trabajo le reportaba algún beneficio económico con que
ayudar a su madre, viuda y a dos hermanos, Juan y Lucio, más pequeños que ella.
Acudía cada mañana al lavadero
con su cesta de ropa a la cabeza. Tenía por costumbre ocupar siempre el mismo
lugar o puesto donde, a través de los arcos, penetraban los rayos del sol
reflejando en el agua su silueta. También le servía como espejo ya que veía a las
gentes pasar por la calle.
Una mañana soleada del mes de
mayo en su “espejo mágico” de las aguas, vio como por la calle dos alguaciles
llevaban a un joven custodiado. Fue tal su impresión que, por unos momentos
quedó inerte. Pudo más la curiosidad y volvió la cabeza al tiempo que el joven
también la miró entrecruzándose sus miradas y una amarga sonrisa se dibujó en
sus labios……………………………………….”
Si quieres conocer el final de
este relato, participa en la visita de las tres culturas el sábado 16 de marzo.
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